Seguramente no es la expresión más fácil para que se haga viral y eso nos dificulta explicar muchas cosas. Quizá la hayamos dicho poco o no la hayamos explicado suficiente.
Desde el sistema nos hablan de externalidades y no exportaciones. Pero pensemos un poco. ¿Esto de externalidades no os suena a los efectos secundarios de un medicamento? Es como si nos dijeran que no queríamos pero ocurrió. Los daños colaterales que también nos cuentan como ese mal que debemos asumir por la consecución de su objetivo principal.
No es cierto, no es inevitable, muy al contrario estaba en su mano asumir sus costes y no trasladarlos al resto del mundo.
Algo similar ocurre cuando se apropian de los beneficios generados por terceros. El medio rural, por ejemplo, cuida el patrimonio natural pero nunca recibe un retorno económico por ese cuidado. Pero ¿no era el beneficio de quien lo genera?
La combinación es clara: nos exportan los costes y se apropian de los beneficios que no han generado y luego nos dicen que nuestras economías no se aguantan. ¿DE VERDAD?
Este es el juego de una economía que además está cada vez más lejos de la inversión y el esfuerzo por la construcción de un futuro, a largo plazo. Un sistema de inmediatez, de corto plazo, que no respeta el tempo de la vida. Un juego en el que las personas y el planeta no son más que recursos a explotar para la obtención de el beneficio financiero de unos pocos.
Un juego que se acepta sin demasiados problemas. Quizá por considerar intocable o imposible de afectar, por desconocimiento, por dejadez, por inacción o quizá por otras razones. La consecuencia está escrita, menosprecio a la vida y el atentado constante contra ella con ese mensaje de “no lo pudimos evitar”.
Podemos argumentar con el mayor de los rigores cómo la realidad descrita es completamente cierta. Podemos cuantificar los costes que han sido exportados y los beneficios que han sido detraídos sin corresponder a los que los producen. Podemos mostrar cientos de ejemplos de ambas situaciones, y lo hemos hecho, pero reconocemos lo difícil que esta resultando que el mensaje destrone a la economía del egoísmo, de la competencia por encima de cualquiera, del abuso y la irresponsabilidad.
Mi abuelo era pastor de un pequeño pueblo del interior de la provincia de Valencia. El sistema siempre lo situó como un productor de carne, de lana y en algunos casos de leche pero nunca reconoció su labor en la conservación del suelo, la limpieza de los montes o la preservación del patrimonio natural. Esto nunca se convirtió para él en una renta.
Los bancos pierden dinero y acabamos pagándolo todas las personas a través de nuestros impuestos. Mientras, ellos siguen distribuyendo dividendos a sus accionistas. Las fábricas de carne, que es lo que son, contaminan el suelo y los acuíferos y todas sufriremos sus actos con nuestra propia salud, lo que se convierte en millones de euros de costes que volvemos a pagar entre todas las demás. Y así podríamos seguir página tras página.
Es absolutamente necesario que esta realidad llegue a todas las casas, a todas las personas para que puedan actuar con conocimiento de causa.